miércoles, 22 de mayo de 2013

DIVA DE FILM



Mitad diva mitad musa, a Cloe le gusta proyectarse en las escasas paredes desnudas que le quedan a la gran ciudad. En sus ratos muertos pasea por la urbe y fantasea con ser observada en su soledad. Se sumerge en los guiones de sus películas favoritas y las protagoniza.
Indefensa mujer vacía de película antigua en los días en los que se siente en blanco y negro. Bella, frágil, casi translucida, se detiene en los escaparates de las joyerías pero mira en realidad el reflejo de los transeúntes en el cristal. Camina despacio bajo un gran paraguas en los días de lluvia y se mira los pies, esperando encontrar al levantar la mirada un caballero de aquellos que hacen que la película sea interesante. Imagina las frases ingeniosas que lo cautivarán mientras sortea charcos, frases de esas en las que se deja ver que una necesita un salvador, es importante que sea más fuerte y más alto que una.  Conoce bien el mecanismo: primero se hará la ofendida, después la ingenua y por último la enamorada. Un “Oooh Georgeee!” Podría venir bien para acabar la escena. Y el beso claro, bajo la lluvia, dejando caer el paraguas, con la lluvia cayéndole encima estratégicamente, sin que se le corra el rímel. Le disgusta lo difícil que es encontrar un George en una ciudad como esta, pero debe ser George, si se llamara Aitor no sería lo mismo. 

En sus días más neuróticos prefiere las películas de Woody Allen, levanta los ojos hacia los edificios más altos y le gusta pasear por el centro de la ciudad, en el ir y venir de gente, supone que se topará con un hombre, quizá se chocarán en las escaleras del metro, ella se enfadará y le soltará el típico “mire por dónde va” para descubrir más tarde que él es el saxofonista del grupo de jazz que toca en ese pub al que misteriosamente toda la gente acude sola y al que ella ha acudido sola también. Por supuesto él la reconoce y le invita a un vino raro. Después van apareciendo otra serie de personajes como la hija del saxofonista que es de la misma edad de Cloe o su exmujer lesbiana o las dos.
También puede suceder que se siente frente a un chico que lee el mismo libro que ella en el autobús, por supuesto será el libro de un autor rarísimo, edición descatalogada, dificilísimo de encontrar (y de leer). Después él le deja una nota escrita en la segunda parte del libro que ella casualmente coge en la biblioteca o puede que se encuentren en la sala de espera del psicoanalista. O se volverán a encontrar en una galería de arte a la que por supuesto han acudido de manera individual. Al final irán a cenar a un sitio de esos de sushi. 

En cambio en los días enérgicos y de cielo azul le gustaría verse en una de esas películas de acción pero el caso es que no ha visto ninguna y no tiene mucha idea. Aunque sabe que tiene algo que ver con patadas voladoras y con capas rojas. A Cloe le sienta muy bien el rojo y tiene claro a quien le lanzaría las patadas. PATADAS, PATADAS, PATADAS, MUCHAS PATADAAAAAASSSSSSSS!!!! Pero esta peli… ¿En serio es ella la única prota? ¿Pero dónde está el chico?  Buff nunca antes se ha visto en estas, bueno cuando adivine cómo sigue ya continuara la historia o quizá por fin la empiece…

jueves, 7 de julio de 2011

reina del baile

Vacio tras resaca de humo y alcohol,
tristeza infinita, sin nombre, sin motivo.
 Ausencia de ganas de seguir siendo yo.
Pequeña, encogida, esperando.

 Anochece.

De nuevo maquillaje y disfraz,

La fiesta sigue , me engulle,

bebo, bailo y rio muy fuerte,
tan fuerte como si mañana no fuera a reír

jueves, 2 de junio de 2011

Otra vez se vio con el maldito bebedor de cerveza

Pensó en él varias veces aquella tarde y de algún modo supo que él la iba a llamar pronto, comenzó el ritual frente al espejo, al último golpe de calor del secador le siguió el timbre del teléfono. Sin mirar la pantalla supo que era él y una vez más aceptó la cerveza, a sabiendas de que era amarga y caliente. Pensó que quizá, por una vez, él podía ser el agua y ella el aceite, había pasado mucho tiempo y él ya no le importaba.
Se reprendió por sentirse nerviosa mientras llegaba la hora acordada. Cuando se encontraron él volvió a decirle que estaba muy guapa y ella fingió incómoda no darle importancia, el disfrutó la evidente incomodidad y se apuntó el primer tanto en la batalla.
Se sentaron a ambos lados de la mesita en aquella terraza que miraba a la montaña, no se sentaron frente a frente sino de lado, asegurándose la panorámica para esquivarse la mirada. En los silencios incómodos él miraba a la cerveza y ella a la montaña. Cuando él creía haberla impresionado fingía mirar a la montaña y observaba complacido, de reojo, como ella intentaba esconderse en la cerveza.  
Las palabras de él, como siempre, falsas, lentas, calculadas. Los pensamientos de ella, también como siempre, incrédulos, veloces, corrían tras las palabras de él, las alcanzaban y les daban mil vueltas. Él volvió a inventarse una de aquellas historias en las que conquistaba mujeres, ella volvió a hacer como que se la creía y dispensó los consejos sentimentales pertinentes. Alargaron el teatro dos cervezas y después bailaron.
Una vez más él eligió a los músicos y también la orquesta, ella, vencida, se dejó llevar en aquel baile descompasado y absurdo, se dejó manejar ligera, como si estuviera hecha solo de aire. La música le oprimía el pecho, quiso parar el baile. Tomó dignidad y aire y le arrojó la consabida tormenta de reproches. Él permaneció inmóvil y cuando ella terminó la miró compasivo y le acarició el pelo  “Tienes razón querida, tienes razón…” Ella le miró incrédula y le suplicó con la mirada que añadiera algo, el puso su cara de reflexión y le espetó: “Si, Se que te hice daño…pero eso es obviamente porque yo te importo”
Continuaron el teatro una cerveza más y después se despidieron con un beso en la mejilla con la promesa de quedar pronto para tomar una cerveza, al fin y al cabo son buenos amigos.


martes, 17 de mayo de 2011

Andrea

“Una mujer artista, pintora o escritora, no importa qué, vive sola. Pero toda su vida está orientada alrededor de un hombre ausente al que espera Su piso es demasiado grande y su mente está llena de las formas del hombre que va a entrar en su vida. Mientras tanto deja de pintar o escribir.”…
                                                                                               8.UN CUENTO.(de Anna Wulf)
                                                                                                                               Doris Lessing. El cuaderno dorado.
                                                                                                                               Lease el libro para conocer el final del cuento

Las conozco rubias, morenas, bajitas y altas, la lista de mujeres que tejen sus emociones en torno a su hombre presente, ausente, tangible o etéreo es larga. A veces el hombre no es uno, son varios o el mismo que cambia, es el caso de Andrea.

Andrea es de las que se dice feminista de carné, orgullosa de su militancia, independiente y moderna. De esas que en el fondo vive secretamente avergonzada de sus largos ratos frente al espejo, de las sonrisas ensayadas y de la inevitable angustia que le invade cada vez que se descubre una de esas arrugas solo perceptibles a sus ojos.
Al margen de todo ello Andrea se estima y siempre se ha mostrado contraria a eso de existir para un hombre aunque tampoco le parece mal que, llegado el caso, un hombre exista para ella. De hecho, se exaspera sobremanera si esto no sucede y en las contadísimas ocasiones en las que le han dado calabazas o un hombre no le ha ofrecido un amor de esos de tipo incondicional e incombustible no encuentra otra explicación posible que la estupidez del susodicho en cuestión. Al menos estos son los únicos argumentos que comparte con sus amigas entre risas que disimulan el despecho.
Reserva para su madre otros del tipo “tú en realidad no le conoces” cada vez que deja a “un buen chico” y esta sutilmente le echa en cara lo que le parece una pasmosa facilidad para saltar de cama en cama en busca de algo que nunca llega. No creo yo que dicha facilidad sea tal cuando anda ya cerca de la treintena y todavía le sobran dedos en las manos para contar sus amantes. Pero todo depende de quien lleve la cuenta.
Que yo sepa no han sido tantos, la relación más larga que le he conocido la mantuvo con un tipo encantador con quien conoció por primera vez los placeres del sexo y de la filosofía en las noches de una incipiente juventud que entonces le parecía infinita. El mozo iba para escritor y no hubo una sola noche en la que no le regalara un poema. Todo el mundo sabe que la adoraba. Con los años a ella le aburrieron los poemas y empezó a pensar que si el la creía y la veía tan perfecta era porque el era terrible e irremediablemente imperfecto. Así que al final tanto amor le pareció poco y no pudo soportarlo.
Pensó que necesitaba otra cosa, algo exento de amor, y así aterrizó en la cama de un extranjero que estudiaba para abogado, a todas luces eran antagónicos. A decir verdad, Andrea agradecía las limitaciones que les imponía el hecho de no hablar el mismo idioma porque siempre se podría achacar a eso la ausencia de contenido que caracterizaba las conversaciones entre ambos. Lo cierto es que no se entendían ni siquiera en la cama pero se mantuvo unos meses en su nuevo papel de amante sin pararse a pensarlo, en aquella época Andrea no se paraba mucho a pensar, estaba demasiado ocupada experimentando.
Al siguiente lo encontró en un bar y casi inmediatamente le cedió el lado bueno de la cama, en lo metafórico y en lo literal. No se muy bien que pasó, siempre habla de el con enojo, nunca le perdonó atreverse a ser el quien no la quisiera. Lo dejó con la rabia de saber que a el la ruptura no le causaba ningún sufrimiento. Todavía hoy fingen ser amigos y de de vez en cuando quedan para tomar una cerveza, él le adula, le regala los oídos evocando con fingida melancolía un pasado que en realidad nunca ha existido, ella le esquiva pero no le corta, y por unos instantes se siente bien pensando que es cierto y que la que le desprecia es ella. Aunque en el fondo sabe que no es cierto hace como que no le importa y pospone la tensión para el siguiente encuentro y la siguiente cerveza.
Después de aquello conoció un par de hombres con los que no ha mantenido más de un encuentro. Suele encontrarlos de noche, no le suponen más esfuerzo que un par de miradas y una conversación de esas que pierden su sentido si no hay copas de más. Andrea predica sobre la libertad sexual pero en el fondo consume estos encuentros como consumía aquellos kínder sorpresa que comprábamos cuando éramos niñas, obviamente le encanta el chocolate pero en el fondo sueña con que le toque una buena sorpresa. Si el juguete es bueno lo guardas y si no… bueno, por lo menos te comiste chocolate. En una ocasión no encontró nada que mereciera la pena más allá del chocolate, en otra le toco repetido el teletubbi capullo y aunque tuvo una sombra de duda, lo reconoció enseguida y no tuvo mucho interés en quedárselo.
En una tercera ocasión, en la tasca de turno, le tocó el pintor y a ese si se lo quedó. Ya va casi para un par de años que mantiene una relación con el pintor. El es unos años mayor que ella y lleva una vida de esas de buhardilla parisina. Pasan juntos las tardes soñando en alto, ella se queja de su vida bohemia y él se queja de su vida burguesa y ella se sonríe porque piensa que ya nadie utiliza esa palabra; se enfadan y al rato ella se ríe y le ordena los pinceles. Se besan y él le pinta un cuadro. Y ella lo mira y descubre que él le ha pintado una arruga y de nuevo se enfada; y tiene miedo. Y quiere correr a comprarse un kínder sorpresa y después piensa que le encanta el olor de los pinceles.


lunes, 9 de mayo de 2011

La culpa la tiene Anna Wulf

Realmente la culpa es de Anna Wulf, de Anna Wulf y de su Cuaderno Dorado, hacía tiempo que un libro no me trataba no tanta insolencia. Quizá ha sido la primera vez.
Al principio jugamos a un juego extraño, yo te miré de lejos, con pereza, simplemente como a aquello que se suponía debía leer, manoseé tus páginas con mi adolescencia y tú me devolviste letargo y hastío, te dejé dormir largo tiempo en una estantería vacía. A veces te miraba al pasar y siempre me apetecías mas tarde.
Cuando ya mi flequillo contaba tres canas tomé la determinación de hacerte frente y supe casi en ese instante que me acompañarías largo tiempo, quizá siempre. Es algo que simplemente se sabe, se sabe como una sabe que… en realidad no tengo certezas de nada.
Me hablaste desde Anna Wulf y tuve tanto miedo y a la vez tantas ganas de ser ella. En el transcurrir de tus hojas los más de 50 años que nos separan se me antojaron segundos, lo lógico sería que la brecha fuera inmensa, pero querida Anna siento decirte que nunca se terminó de esculpir la mujer moderna. Al menos yo quedé totalmente inacabada y comprenderte resultó amargamente sencillo. Y yo también me miró masoca en la sombra del otro, de la otra en este caso, y caminé con los zapatos de Anna y me imaginé escribiendo sus cuadernos.
Los cuadernos de Anna están en cuatro fragmentos y los fragmentos de Anna son cuatro cuadernos. Los leí con atención y sentí que yo misma me divido absurda y poliédrica y tengo cuidado de separar mis fragmentos, entre mis dos ciudades, mis dos edades (la de niña y la de mujer), a menudo me presento invencible y a menudo vencida. Anna me contó que en estos casos es difícil hacer nada y pensé en que hacía ella, simplemente escribir aun cuando no sabía muy bien para qué.
Así que la culpa de este blog la tiene Anna Wulf, aunque no sepa muy bien para que, iré escribiendo aquí lo que surja de cualquiera de mis fragmentos. Pienso que no le importará que de vez en cuando tome prestado un trocito de sus cuadernos. Ni siquiera pienso que le importe a Doris por mucho que mi escritura sea torpe.