jueves, 2 de junio de 2011

Otra vez se vio con el maldito bebedor de cerveza

Pensó en él varias veces aquella tarde y de algún modo supo que él la iba a llamar pronto, comenzó el ritual frente al espejo, al último golpe de calor del secador le siguió el timbre del teléfono. Sin mirar la pantalla supo que era él y una vez más aceptó la cerveza, a sabiendas de que era amarga y caliente. Pensó que quizá, por una vez, él podía ser el agua y ella el aceite, había pasado mucho tiempo y él ya no le importaba.
Se reprendió por sentirse nerviosa mientras llegaba la hora acordada. Cuando se encontraron él volvió a decirle que estaba muy guapa y ella fingió incómoda no darle importancia, el disfrutó la evidente incomodidad y se apuntó el primer tanto en la batalla.
Se sentaron a ambos lados de la mesita en aquella terraza que miraba a la montaña, no se sentaron frente a frente sino de lado, asegurándose la panorámica para esquivarse la mirada. En los silencios incómodos él miraba a la cerveza y ella a la montaña. Cuando él creía haberla impresionado fingía mirar a la montaña y observaba complacido, de reojo, como ella intentaba esconderse en la cerveza.  
Las palabras de él, como siempre, falsas, lentas, calculadas. Los pensamientos de ella, también como siempre, incrédulos, veloces, corrían tras las palabras de él, las alcanzaban y les daban mil vueltas. Él volvió a inventarse una de aquellas historias en las que conquistaba mujeres, ella volvió a hacer como que se la creía y dispensó los consejos sentimentales pertinentes. Alargaron el teatro dos cervezas y después bailaron.
Una vez más él eligió a los músicos y también la orquesta, ella, vencida, se dejó llevar en aquel baile descompasado y absurdo, se dejó manejar ligera, como si estuviera hecha solo de aire. La música le oprimía el pecho, quiso parar el baile. Tomó dignidad y aire y le arrojó la consabida tormenta de reproches. Él permaneció inmóvil y cuando ella terminó la miró compasivo y le acarició el pelo  “Tienes razón querida, tienes razón…” Ella le miró incrédula y le suplicó con la mirada que añadiera algo, el puso su cara de reflexión y le espetó: “Si, Se que te hice daño…pero eso es obviamente porque yo te importo”
Continuaron el teatro una cerveza más y después se despidieron con un beso en la mejilla con la promesa de quedar pronto para tomar una cerveza, al fin y al cabo son buenos amigos.


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